Quijotes bajitos

Stephen Haff

Los Kid Quixotes de Brooklyn comenzaron en “Still Waters in a Storm”, un pequeño local de Bushwick dedicado a la escolarización de niños refugiados hispanohablantes. A principios del otoño de 2016, andábamos por el noveno año de nuestra escuela, a dos meses de una elección presidencial que desataría una auténtica ola de terror en la población más vulnerable del país, entre aquellas personas tan necesitadas de asilo político y de una segunda oportunidad.

            Habíamos empezado a traducir colectivamente la novela [El Quijote] del español al inglés seis años antes. El proceso consistía en conversar y tomar notas, un sistema que continúa hoy día, (aunque las clases pasaron a Zoom durante la pandemia de COVID puesto que perdimos el local).

            Durante las primeras fases del proyecto, cuando la traducción empezaba a despegar, decidimos combinar las versiones de inglés y castellano para crear un musical bilingüe; escribíamos los diálogos y las canciones de manera colectiva, adaptando la historia de nuestro delirante anciano de la España del siglo XVI a la realidad de un grupo de niños hispanohablantes que viven como inmigrantes en el Brooklyn de hoy día.

            Las familias que forman parte de Still Waters habían dejado su tierra natal alentados por una promesa de paz y prosperidad, y se habían encontrado, al llegar a esta ciudad, con la dura realidad de este barrio de Brooklyn. Igual que don Quijote, que partió de su aldea para dar vida a su fantasía heroica, descubrieron que el camino puede ser más que hostil a los sueños. A pesar de los enormes obstáculos que se interponen en la andadura de don Quijote, la perseverancia de este caballero corre paralela a la innegable determinación de estas familias inmigrantes, cuyos padres arriesgaron todo para venir [y traer a su familia] a este país. Esta disposición también corre paralela a la determinación de sus hijos, que están adaptando este gran clásico de la literatura española utilizándolo como repositorio de sus historias y de las de su comunidad, [la comunidad que han traído consigo, la] de aquellos que viajan juntos desafiando prejuicios.

            El día después de las Elecciones Presidenciales de Estados Unidos de 2016, esos doce niños y yo nos sentamos alrededor de la mesa de Still Waters para continuar nuestra traducción de El Quijote. Sobre la mesa había varias pilas de libros que incluían copias de la novela en castellano, diccionarios español-inglés, un diccionario de latín, un diccionario etimológico de inglés y diccionarios de sinónimos tanto del inglés como de español. En la mesa también teníamos una gran taza llena de lápices muy bien afilados.

            Y sin embargo no podíamos comenzar a trabajar porque nadie era capaz de decir una palabra. El silencio era cortante y monstruoso. Goliat había sido elegido presidente, ese Goliat que lideraba una ola de odio racista hacia los inmigrantes. [Era un espectáculo de] fuegos artificiales de esos que brillan pero no iluminan. Utilizamos el nombre de “Goliat” para recordarnos que otros líderes igual de aterradores, y que se habían alzado con el poder en el pasado, habían sido vencidos, para encontrar fuerza y consuelo en los mitos que han relatado los ascensos y las caídas de tantos otros gigantes.

            En clase, ese día hablamos sobre el verdadero peligro al se enfrentaban y enfrentan esos niños incluso ahora: la amenaza de que los separen de sus padres (en la pared, un anuncio de la Sociedad de Ayuda Legal les recordaba “NO ABRAN LA PUERTA!”). Hablamos de la “habitación fría”, de ese lugar en el que los agentes de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) confinan a los refugiados, una celda a temperaturas gélidas donde los solicitantes de asilo se alimentan de sándwiches de mantequilla de cacahuete pre-congelados.

—¿Y qué podemos hacer nosotros? —preguntó Sarah, la niña de siete años que después obtendría el papel de “Kid Quixote”. Abrazaba el libro entre sus brazos como lo haría más tarde en los escenarios, donde lo iba a usar como arma, almohada, salvavidas o armadura.

—¿Recuerdas lo que dijiste en septiembre? —le pregunté— Cuando te di tu copia de Don Quijote y te dije que íbamos a traducir el libro…

 —Dije “Eso es imposible. Ese libro es demasiado grande y pesado”.

—Eso hacemos —le dije—. Hacemos lo que parece imposible.

  —¿Por qué es imposible?

—Estamos aprendiendo a matar al gigante, a destruir la idea de lo imposible. Así sabremos que, cuando llegue el momento, podremos derrotar a cualquier Goliat.

—¿Con un libro? —preguntó con desconcierto e incredulidad.

Percy, otro niño de ocho años, dijo:

—¡Podemos golpearle en la cabeza con el libro y derribarlo!

Todos reímos.

—¿Y por qué has elegido ese libro? —preguntó Sarah.

—Lo elegí para nosotros —contesté—porque es nuestra historia. Yo bien podría ser ese viejo loco que trata de ayudar a la gente, pero él también es como vosotros: tiene corazón de niño. Y cree en lo que la imaginación le dice, igual que los niños. No deja de ser golpeado y derribado, pero tampoco deja de levantarse una y otra vez. Es como vosotros y como vuestras familias: nunca os rendís.

Un día, después de la clase, la pequeña Sarah estaba sentada dibujando con su lapicero en su copia de Don Quijote. Una niña que vive en los márgenes de la sociedad estaba dibujando su propia historia en los márgenes de la literatura. Le pregunté si podía ver lo que había dibujado.

—¿Son puertas? —le pregunté.

—Sí, el desierto está lleno de puertas —dijo Sarah.

—¿Puertas hacia dónde?

—Puertas hacia ningún lugar.

—¿Sobre la arena?

—Sí.

—¿Por qué hay puertas en el desierto? —pregunté.

—Son trampas. Abres la puerta y los agentes de ICE te atrapan por los pies. Te llevan a su submundo.

—¿Y por qué viven bajo el desierto?

—Si no, se derretirían. Su mundo es una nevera, una nevera gigante tan grande como el desierto, pero debajo del desierto. Ahí es donde encierran a los niños.

Señalé el rectángulo que había dibujado.

—¿Esto es la nevera?

—Sí.

Se hizo un silencio.

—Yo estuve allí.

—¿Estuviste en la nevera gigante?

—Sí.

—¿Cuándo?

—Anoche.

—¿Cómo?

—Rezando. Puedo ir a donde quiera.

—¿Y cómo funciona eso?

—Le enciendo una vela a la Virgen de Guadalupe. Me arrodillo y le digo: “Gracias por darnos comida y clases para que aprendamos cosas, porque el futuro va a ser difícil y vendrá gente mala que querrá conquistar nuestro mundo. Tenemos que estar preparados. Por favor, deja que mi mamá se quede conmigo. Y quiero ser pequeña incluso cuando sea mayor, por favor.” Luego le digo “Rezo para ir a tal sitio”…. y allá voy. Voy a Belén y veo al niño Jesús en el pesebre. También me hago diminuta y hablo con los insectos. Anoche, la Virgen de Guadalupe me dejó visitar a los niños de la nevera gigante bajo el desierto.

—¡No me digas! ¿Y qué pasó?

La madre de Sarah se asomó a la puerta de la clase.

—Mañana te cuento —dijo Sarah, despidiéndose.

Esa niña estaba usando su imaginación para explicar lo que le estaba sucediendo a su comunidad, utilizando el mundo imaginario de don Quijote para volver a imaginar una historia propia.

            Hoy en Zoom, con trece años y ante la amenaza de otro gigante, Sarah sigue abrazando su libro.

*Traducción: Victor Sierra Matute, en colaboración con Ana Laguna.

** Imágenes cortesía de www.stillwatersinastorm.org

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