La bofetada

 
 

Este semestre tuve el enorme placer de enseñar un seminario sobre Don Quijote a diez estudiantes inteligentes, llenos de talento. Nos enfocamos en el tema de la desinformación, conectando las (des/a)venturas del caballero andante y su escudero con asuntos contemporáneos. Como grupo, reflexionamos críticamente sobre cómo consumimos información, hasta qué punto nos vemos influenciados por ella, y cómo a veces la manipulamos en servicio de nuestras propias metas. A mediados de marzo, creía que habíamos establecido los parámetros de una perspectiva sólida y razonable desde la que considerar la novela más famosa de Cervantes y del mundo en que vivimos. Sin embargo, en los últimos días de marzo un acontecimiento inesperado me sacó de mi soberbia.

Como probablemente ya saben ustedes, la noche del 27 de marzo, 2022, la estrella de cine Will Smith atacó al humorista Chris Rock durante la ceremonia de los Óscar después de que Rock gastara una pesada broma a la mujer de Smith, Jada Pinkett Smith. Rock decía que tenía ganas de ver a Pinkett Smith en la película “G.I. Jane 2”, un comentario que en realidad era una alusión a la cabeza calva de Pinkett Smith. Después de recibir la bofetada de Smith, Rock dijo “Will Smith acaba de darme una hostia”. Todavía no queda claro, por lo menos en mi opinión, si Rock era consciente en aquel momento de que Pinkett Smith padece alopecia, pérdida del cabello. Minutos, hora, días y semanas después, las plataformas de los medios sociales y los medios de comunicación tradicionales vieron una explosión de comentarios y reportajes relacionados con la extraña anécdota que había aderezado un evento que, la verdad, suele ser bastante aburrido. Se han publicado lúcidos ensayos en condena de la violencia del gesto de Smith, y otros comentarios igualmente certeros en condena de la broma de Rock por su tono sexista e hiriente, enfocado una vez más en los estereotipos de la belleza femenina, especialmente intensos cuando se dirigen a las mujeres afroamericanas. Toda la desafortunada situación resulta doblemente irónica, dado que Rock había sido el narrador de un documental titulado Good Hair que analizaba las expectativas de belleza, como las percepciones del cabello, entre las mujeres negras. Por todo ello, además de los excelentes ensayos escritos a los dos lados del debate, ha habido una masiva oleada de comentarios y reacciones menos eruditas que han mantenido el evento en la mirada pública durante semanas.

Para ser honesto, no miré los Óscars esa noche. Me enteré de la infame bofetada hasta la mañana siguiente, justo antes de entrar en mi seminario de Don Quijote a las 9. Lo que experimenté y observé esa mañana era, en mi opinión, más interesante que la cuestión central que se debatía en los medios de comunicación en ese momento. Nosotros, mis estudiantes y yo, percibíamos una necesidad, casi inevitable, de tomar partido y alinearnos con Rock o Smith y la plétora de voces que apoyaban a uno u otro con muestras de apoyo. Yo me sentía particularmente incómodo; apenas tenía ninguna información sobre lo pasado y veía que muchos de mis estudiantes tenían opiniones firmes, pero no había en lo más mínimo ningún consenso. Aunque estoy seguro de que mis estudiantes se acercaban al incidente con más aplomo y objetividad que varias figuras públicas de los medios de comunicación, había dos fuerzas gravitatorias que impulsaban a todos los involucrados en el debate a un lado específico de la polémica. Por suerte, teníamos y tenemos a Cervantes para ayudarnos a ver más allá del nivel superficial del problema. Lo que terminó resultando de todo este suceso fue una reflexión sobre cómo el discurso mediático, en el cual todos estamos involucrados, crea un deseo—casi un imperativo—de tomar partido a pesar de lo desconocido y las complejidades de tales situaciones.

El retablo de las maravillas de Cervantes nos brinda observaciones profundas con respecto a la bofetada en cuestión y nuestras reacciones a ella. Primero, la reacción violenta de Smith a la broma es un reflejo de la reacción del Furrier que llega al pueblo durante la presentación de la obra de Chanfalla no consciente de las condiciones espurias bajo las que las maravillas del retablo supuestamente se vuelven visibles (ser de pura sangre cristiana y producto de un matrimonio legítimo). Después de ser llamado “uno de ellos” por no ver las maravillas inexistentes (o judío o bastardo—dos acusaciones fuertes durante la época), él toma las armas contra sus acusadores. Smith, que a principio se reía de la broma de Rock creyendo que todavía pertenecía al grupo social dominante, se dio cuenta de golpe que su mujer se había sido hecho otra, como él por asociación. Su honra, no necesariamente la de ella, tenía que ser defendida para inútilmente intentar de reestablecer el statu quo.

La defensiva de Smith es posiblemente agravada por otro tema, bien conocido por los lectores de Cervantes: el miedo a la infidelidad. La muy discutida “relación” de Jada Pinkett Smith con el cantante r&b August Alsina ha dejado a Will Smith considerado como un cornudo. En las obras de Cervantes y otros autores del Siglo de Oro, la violencia se presenta como una solución posible a este tipo de deshonor patriarcal, tan vergonzoso—El médico de su honra de Calderón es un ejemplo emblemático. No obstante, Cervantes pone patas arriba los cuentos de asesinatos por honor en obras como Don Quijote, en la novela intercalada de El curioso impertinente, por ejemplo, y también en el asesinato de Vicente por Claudia Jerónima, y en el enredo barroco entre Dorotea, Fernando, Cardenio, y Luscinda. En cada caso los detalles entorno a las interacciones entre los personajes y las complejidades de las situaciones frustran cualquier resolución satisfactoria de agravio al honor patriarcal, al menos desde una perspectiva ortodoxa.  Esos ejemplos nos dejan con varias dudas y con la sensación de que la violencia ha logrado poco o nada en encubrir la verdad de la situación. La bofetada dada por Smith, a veces alabada por unos como una recuperación varonil de su autoridad, puede ser vista como una acción desesperada tomada por un hombre confundido y herido emocionalmente.

También se puede mirar a Chris Rock a través de la lente cervantina. La tradición de interludios cómicos durante las ceremonias como los Óscars, normalmente centrada en burlarse de las celebridades presentes, parece en principio una acción cervantina porque se enfrenta al poder con la verdad. Sin embargo, los vínculos entre y Chanfalla son más profundos que aparecen a primera vista. A diferencia del niño en “El traje nuevo del emperador” que inocentemente enfrenta al poder con la verdad, los dos (Rock y Chanfalla) están involucrados en un negocio menos inocente. Sus intereses económicos son de suma importancia en sus empeños performativos. Aunque la subversión de Chanfalla es menos visible y sus intereses económicos son más claros, Rock participa en un intento de criticar los excesos de Hollywood mientras es un participante activo en ellos; todo el negocio apoya sus intereses económicos y los intereses del statu quo. Él, como Chanfalla tiene que afilar la lengua sin pasarse de la raya para ayudar a Hollywood mostrar que tiene un sentido de humor. Pero como vemos, Rock sí se pasó de la raya en la opinión de Smith y por lo consiguiente reveló el artificio en el intento de Hollywood de controlar su reputación por medio de engaños coreografiados con esmero para simular la subversión.

Aunque Cervantes nos dice mucho sobre Smith y Rock, no debemos olvidarnos de que el genio de Cervantes se ve más claramente cuando la lente crítica se vuelve a mirar al lector/espectador. Aunque ensalzamos a uno y demonizamos al otro, se nos mete en la piel de Benito Repollo (o, por lo menos, sus gregüescos), el alcalde que más finge ver las maravillas inexistentes que supuestamente presenta Chanfalla. No obstante, nuestras opciones con respecto a la bofetada son ligeramente—significativamente—diferentes. Los aldeanos tienen la opción de participar en la decepción de Chanfalla o verse condenado al ostracismo, pero nosotros nos encontramos entre los partidarios de dos grupos—los que defienden la comedia y los que deploran cualquier comentario desconsiderado o hiriente—que no son muy diferentes porque cada uno pretende defender una ideal por reducir una situación compleja y opaca a evidencia indisputable a favor de su razón. En los dos casos, nosotros, como Benito y compañía, vemos lo que queremos ver, consciente o no, y por lo consiguiente damos vida y razón a narradores tan problemáticos como Chanfalla y Hollywood.

Cervantes nos proporciona otra opción, aunque sólo se realiza parcialmente en el texto. Por seguir la cobertura mediática y escuchar el debate entre mis estudiantes sobre la bofetada, me sentí como, me imagino, se sentía el Gobernador en el Retablo—que calladamente confiesa a los espectadores que no ve ninguna maravilla. Mi monólogo interno, como sus varios apartes, estaba repleto de dudas; ¿cómo era posible que todos supieran a ciencia cierta quién tenía razón y quién no? Les confieso que estaba nervioso porque no quería equivocarme en mi dictamen. Pensaba en el asunto como una elección con dos opciones en la que mi decisión determinaría al grupo al que yo pertenecería. En fin, decidí que los parámetros de la cuestión eran defectuosos y les confesé a mis estudiantes que no tenía ni idea de quién tenía razón y quién no. Mi elección por tanto no fue nada heroica, y sus consecuencias fueron aún menos meritorias. Quizá, si yo fuera el Gobernador, me comportaría de manera distinta (él fingió ver las maravillas), pero al considerar esa tercera opción abrimos la puerta a otra manera de pensar, a una reflexión que no se limita a un “o…o” sino nos brinda la oportunidad de decir “si y si…”

Mientras escribía este ensayo, otro humorista fue atacado en mitad de una actuación. Esta vez fue Dave Chapelle, agredido por un hombre que blandía un cuchillo disfrazado como una pistola (¿qué habría pensado Cervantes?). Chapelle se encontró sobresaltado por el ataque, pero no sufrió grandes heridas. Los motivos del agresor son todavía desconocidos. El incidente es un ejemplo más de una preocupante tendencia, la de ataques violentos contra los humoristas y otras voces públicas. Algunos han casi justificado el ataque por la creciente hostilidad de Chapelle contra la comunidad trans en sus chistes. De nuevo, nos encontramos enfrentado con una elección de “o…o” artificial, que no logra abordar suficientemente los varios asuntos de fondo, mientras nos ofrece, a nosotros el público consumidor, la oportunidad de fortalecer nuestras propias identidades. Pero una vez más, Cervantes nos revela la verdad escondida que la única manera de abordar suficientemente todos los asuntos enredados con los particulares de esta situación (la transfobia, el racismo, un mercado mediático que manipula a sus espectadores, los ataques contra la libertad de expresión, etc.) es sacar a la luz nuestras dudas y reconocer las complejidades inconvenientes del mundo en que vivimos.

Todos estamos encima de nuestras propias tarimas tambaleantes. Yo, desde luego también. Quizá sólo podamos empezar a entender la verdad de este negocio cuando bajemos de nuestra perspectiva privilegiada y limitada. El Gobernador tenía razón, no había ninguna maravilla, pero el miedo y su “negra honrilla” lo silenciaron esta verdad. Nos encontramos tentados de escoger un lado del debate y apoyar de lleno a un grupo u otro, pero cada opinión se funda en los engaños de la identidad. Quizá debamos condenar el uso de violencia (por Smith y el atacante de Chapelle) y las declaraciones hirientes que causan daño real por normalizar la deshumanización e indirectamente provocando la autolesión (el presunto capacitismo de Rock y la trans-fobia patente de Chapelle) mientras meditamos sobre el deseo de reaccionar al insulto (imaginado o real) y defendemos el derecho humano a la libertad de la expresión. Ninguno de estos asuntos es simple, y ninguno tiene soluciones simples, pero debemos acordarnos de que lo simple vende, y para cambiar el statu quo rentable tenemos que entender los parámetros verdaderos de este negocio, y revelar que las imágenes y tradiciones sociales que nos mantienen “encantados” tienen tanto sentido como las maravillas de Chanfalla.

Stephen Hessel

Associate Professor, Ball State University. Editor, Metacritical Cervantes (Juan de la Cuesta, 2018) and Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (Cervantes & Co., 2011).

https://ballstate.academia.edu/StephenHessel
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