La ultratumba de los baciyelmos

William Egginton

Una famosa escena de la novela Don Quijote (1605), de Miguel de Cervantes, gira en torno a un objeto: el gastado cuenco de metal de un barbero (allí presente). Como llueve, el barbero se coloca el susodicho cuenco en la cabeza mientras monta en su burro. El caballero manchego, al ver a un hombre montado en un corcel con un cuenco de metal en la cabeza decide que se trata del legendario yelmo de Mambrino y ataca al confiado barbero reclamándole el cuenco como botín de guerra. Más adelante en la historia, el perplejo barbero se defiende y arguye su causa ante unos viajeros reunidos en una posada. Los viajeros parecen incapaces de decidir si el objeto en cuestión es sólo un cuenco de barbero corriente, o sea una bacía, o si constituye, más propiamente, el famoso yelmo de Mambrino. Sancho Panza resuelve la disquisición con un brillante neologismo, determinando que el objeto es un baciyelmo.

Nuestro momento actual anda lleno de baciyelmos: objetos, ideas o personas a las que diferentes comunidades atribuyen identidades radicalmente distintas. Una elección presidencial que es históricamente justa e inclusiva para unos es un robo para otros; una vacuna que salva vidas para unos es un chip que controla la mente para otros; un heroico presidente judío y héroe de guerra para unos resulta ser un nazi para otros. En todos los casos estamos lidiando con un problema epistemológico y político semejante: cómo grupos diversos evalúan la misma esencia de maneras radicalmente opuestas, cómo una sociedad (o, de hecho, la comunidad humana) puede en último término resolver tales conflictos para evitar una destructiva demonización del otro que concluya en incontrolada violencia hacia todos.

Es precisamente aquí donde Cervantes nos ofrece una importante lección.

El episodio del baciyelmo nos recuerda, en primer lugar, que “saber” que tienes razón no es suficiente. En la novela, el mero hecho de saber que el objeto es en realidad un cuenco no ofrece ninguna ventaja en el debate sobre su identidad. Los ucranianos con parientes rusos han sido trágicos testigos de esta misma dinámica al tratar de convencer a sus seres queridos de que Ucrania está sufriendo la agresión de Rusia y no siendo depurada de nazis.

Para Cervantes, nunca tenemos acceso puro a la verdad del asunto de lo que estamos discutiendo, porque esa verdad siempre anda tamizada en un contexto que determina cómo la entendemos, valoramos e, incluso, percibimos. Es decir, nos enfrentamos al mundo no sólo desde nuestros filtros propios, sino los ajenos, los de los medios de comunicación.  El proceso es el mismo, sean esos filtros los libros o teatro (en la época de Cervantes) o la televisión y las redes sociales (en la nuestra). Cuanto más difuminen esos medios la distancia entre su percepción y el mundo que nos trasladan, más profunda puede resultar la adhesión de determinados grupos a esa interpretación de la realidad en la que fundamentan su identidad.

La cosmovisión de don Quijote surge de la idea de España como nación cristiana mítica en “justa” guerra perpetua contra los infieles que la amenazan por todos los flancos. Como explica con detalle a cualquiera que esté dispuesto a escuchar, él cree que todos los males de su patria podrían resolverse con rapidez—básicamente, haciendo que España vuelva a ser grande—regresando a las viejas costumbres de los caballeros andantes que enmiendan yerros con la asombrosa fuerza de su fe y sus brazos. Cierto que la visión del mítico pasado que invoca don Quijote proviene de disparates y patrañas literarias, pero los propagandistas estatales del siglo XVII también aludían, en sus discursos oficiales, a leyendas caballerescas muy similares a las que cautivaron la imaginación del héroe cervantino. Del mismo modo, en nuestro momento, Vladímir Putin considera a Ucrania como región de una gran Rusia legendaria que debe restablecerse, demostrando en esa aspiración la misma determinación (o delirio) de los partidarios del MAGA (Make America Great Again) a los que su líder prometió el restablecimiento de una edad de oro perdida, ahora injustamente postergada por malvados ladrones de elecciones.

Además de elucidar cómo y por qué tales contextualizaciones determinan la recepción de los hechos que elegimos creer, Cervantes también identifica patrones de comportamiento ante el debate que suscita esa visión propia.  Hoy, como en su día, levantar la voz, e invocar términos como “hecho” o “prueba” no nos llevará muy lejos en una discusión.  En Don Quijote, el intento frustrado del barbero para convencer a sus interlocutores de la verdadera esencia de su cuenco deriva en una desternillante encuesta entre todos los presentes. Sin duda, Sancho vota por la historia del yelmo de Mambrino, como corrobora el hecho de que tenga en sus alforjas, lo que para él son despojos ganados provechosamente de un caballero enemigo. De hecho, en situaciones de duda o conflicto de realidades, tendemos a elegir la interpretación que mejor confirma nuestra identidad, porque nuestras identidades e intereses corroboran de manera intensa la realidad que se destila de nuestra interpretación de los hechos.

Precisamente porque entendió la firmeza del hilado de los hechos que conforma la tela de nuestras identidades, Cervantes no se concentró en los hechos en cuestión, sino en cómo grupos diversos los estructuraban y entendían. Es decir, su respuesta a los baciyelmos de su época fue crear el escenario mismo del baciyelmo como una forma de guiar a los lectores a analizar su entrega a las interpretaciones que deciden qué cuenta como hechos.

Para hacer algo semejante hoy día necesitamos debates u obras de arte que nos inciten a cuestionar, en vez de consolidar, los andamiajes en los que nos apoyamos.  Sólo así podemos entender cómo construimos los hechos que sostienen esos andamiajes. Esto no es una panacea. Así como es poco probable que se nos convenza de una interpretación distinta de la realidad al enfrentamos a un sólo debate u obra de arte, tampoco deberíamos anticipar la adopción inmediata de nuestras interpretaciones por parte de individuos de grupos contrarios. Pero, quizá, ver roboelecciones y vacuchips como una clase de baciyelmos (objetos cuyas reñidas interpretaciones se derivan de tendencias que son parte integral de nuestras identidades, en lugar de simples hechos que la otra parte no logra descifrar) hará que sea más fácil hacer una pausa para sopesar y revisar nuestras creencias cuando surjan razones para ello. Tal vez, incluso, pueda generar empatía con otros grupos, un hecho que en este momento puede constituir una última esperanza para evitar nuestra completa extinción.

William Egginton

William Egginton is the Decker Professor in the Humanities and Director of the Alexander Grass Humanities Institute at the Johns Hopkins University. He is the author of How the World Became a Stage (2003), Perversity and Ethics (2006), A Wrinkle in History (2007), The Philosopher's Desire (2007), The Theater of Truth (2010), In Defense of Religious Moderation (2011), The Man Who Invented Fiction (2016), and The Splintering of the American Mind (2018). He is co-author with David Castillo of Medialogies (2017) and What Would Cervantes Do? (2022). He is also co-editor with Mike Sandbothe of The Pragmatic Turn in Philosophy (2004), translator and editor of Lisa Block de Behar's Borges, the Passion of an Endless Quotation (2003), and co-editor with David E. Johnson of Thinking With Borges (2009).

https://johnshopkins.academia.edu/WilliamEgginton
Previous
Previous

La Inquisición que nadie se esperaba, y los libros y libreros que nos pueden librar de ella

Next
Next

La bofetada